miércoles, 29 de abril de 2009

Capilla del Colegio Doctrina Cristiana
Constantina, 3 de abril de 2009

La única palabra que ahora mismo florece nerviosa entre mis ideas es GRACIAS. Gracias a todos los que habéis venido a acompañarme en esta tarde tan especial para mí, que encuentra su origen hace ya algunos meses cuando Andrés, José Carlos y el resto de mis compañeros de la Juventud Cofrade me convencieron para ponerme delante de todos ustedes y recitar este Pregón Juvenil que cada año tiene lugar en esta noble localidad. En ese momento, tuve que reflexionar tal magna proposición, pues es una auténtica responsabilidad situarse tras este atril y desnudar el corazón. Además, ¿Qué podía yo contarles a todos aquellos que ya lo saben todo sobre su Semana Santa? Sin embargo, ante todos los pensamiento que me decían que no lo hiciera surgió uno que me dio ánimos para responderles y decirles que sí, si Dios quería, iban a tener una humilde pregonera juvenil que pusiera voz a los sentimientos que todos tenemos.

Es el respeto y la vergüenza la que en estos instantes me ocupa plenamente. Es posible que algunos no me conozcáis, pues es cierto, no soy de aquí. Dios quiso que mi madre me alumbrara a mil kilómetros de aquí, en Santillana del Mar, un pueblecito de Cantabria, donde se conjugan el verde esperanza de la pradera, el azul inmaculado del cielo y la mar y el blanco pureza de las montañas. En aquellas tierras me formé como cristiana de la mano de mi familia, pero, donde realmente forje mi fe fue aquí, precisamente en Constantina. Recuerdo que había gente que me preguntaba que cuál era el sitio que prefería ¿Santander o Constantina? Mí repuesta, pese a mi corta edad, era inequívoca: CONSTANTINA. Ellos creían que la respuesta se basaba en que aquí no iba al colegio, tenía más tiempo para jugar, para estar en la calle, para disfrutar. Pero se equivocaban en su argumento, y ¡vaya si se equivocaban! La razón no era esa. Adoraba y adoro a Constantina por ser como es. Por sus bellos enigmáticos rincones, por su olor de azahar en la primavera, por su belleza invernal, por el ocre de sus campos, por el blanco de su cal, por sus monumentos, jardines y plazas. Y por su gente.
Pero, lo que realmente me enamoró de Constantina fue su FE a Dios y su Madre. Yo era más pequeña y no lo entendía. ¿Cómo podían esos hombres cargar con el peso de aquella imagen? ¿Cómo un músico podía estar tocando en la calle tanto tiempo? A todas esas preguntas les fui dando poco a poco respuesta en la Parroquia, al contemplar a todas las benditas imágenes. En ese momento lo comprendí todo. TODO LO HACÍAN POR JESÚS Y MARÍA. El sufrimiento valía la pena, encontraba su justificación en la espina de Humildad, en la mano de Esperanza, en la cruz de un Amor, en siete puñales de Dolores, o en la ternura de un noble pollino.

Todo ello era lo que me movía a decir que Constantina es el pueblo más maravilloso del mundo. Desde que tengo uso de razón recuerdo cuando mi madre y mi tía Mercedes me llevaban a ver cada 9 de agosto a la Virgen morena del Robledo para que contemplara su belleza trascendental y le rezara un Ave María o una Salve muy cerquita de Ella. Igualmente, me acuerdo de las muchas veces que le preguntaba a mi tía si ya la habían cambiado de ropa, o cuál era el manto que le habían colocado o si ya se la habían llevado a su casa del Robledo. Lo mismo ocurría cada verano, cuando me pasaba las horas jugando con una caja de zapatos, una estampa de la Virgen, un paño de cocina y unos jazmines que mi abuela Dolores me daba de su árbol. Son todos éstos los detalles que me han forjado tal y como soy, sustentados siempre por la fe cristiana que mi familia se encargó que tuviera, llevando Jesucristo siempre por bandera para seguir así el camino que él nos manda de la mano de María.

Para mí, es maravilloso el poder ver a la Borriquita atravesando el Llano del Sol, como también lo es contemplar la salida del Cristo de la Humildad y Paciencia, y el transcurrir de su Madre por la plaza de la Amargura. Inolvidable también me resulta la saeta desgarradora que rompe el silencio cada Madrugada de Viernes Santo, y el Encuentro de la Señora de la Esperanza con su Hijo en esa mañana. No encuentro calificativos que describan la incomparable belleza del Cristo del Amor a su paso por la Torre herreriana ni la estampa que me ofrece el fino palio de mi Virgen de los Dolores por la angosta calle del Marqués. Igualmente, cada Sábado Santo enmudezco cuando la blanca Constantina se tiñe de luto para acudir al entierro del Señor y acompañar a la Reina de la Soledad.

Por ello, en primer lugar, debo dar gracias y dedicar este pequeño pregón a mi familia, pues sin ella, nada sería lo mismo. Mi madre, constantinera de pro y orgullosa de ello en aquel frío norte donde vive, me enseñó todo lo que sé con la ayuda mi padre, un cántabro con tintes de Sierra Morena, .

De mis cinco abuelos diré lo mismo, pues su experiencia es el camino que intentaré recorrer. He de parar aquí, y la verdad, es que no me gustaría haber tenido que cambiar en este punto el pregón que casi ya tenía concluso. Hace apenas dos meses que mi abuelo Juan se fue al Cielo para estar más cerca de Dios, en quien creía con todas sus fuerzas. Él nos ha dejado a toda su familia un legado de paz y serenidad, de luchar hasta el final con las espinas que se cruzan en la vida sin protestar, echando mano de sus gubias y sus lijas para dar formar y limar las asperezas de su enfermedad, asumiendo de manera increíble lo que Dios le pedía. Le pido a mi Virgen de la Amargura, que ya por mi insistencia también era suya, y a Santa Juliana, la patrona de mi pueblo, que le guíen en el camino a la Salvación y que desde allí nos ayude a los que desconsolados nos hemos quedado sin su presencia, aunque sabiendo, que sus innumerables enseñanzas quedarán para siempre en nuestro interior.

Junto a mi abuelo también comparten un trocito de Cielo mi tía Carmelita quien nos dejó para estar con su marido, mi tío Pepe, y con su padre, mi abuelo Rafael. Por ella yo sentía devoción, era un ejemplo, una mujer decidida y apasionante. Calaron en lo más profundo de mi corazón sus ideas, sus valores y principios, su forma de ser. Por eso madrina, quiero dedicarte a ti también lo que me sale del corazón, porque estoy segura de que tú también lo habrías hecho. Que las notas de tu guitarra sean la música que siempre alaben mis oídos.

Y como no, a mi hermana Rocío, mi compañera de viaje. Juntas intentaremos recorrer los caminos que ellos nos han marcado. Ni me olvido de aquellos amigos mayores, los de mis padres, que me enseñaron su Semana Santa, la de Constantina. Ellos saben lo que han hecho por mí desde pequeñita, ayudándome a saber más cosas de este mundo. Ya sabéis quienes sois, Andrés Manuel, Manolo Prieto y su mujer María Dolores, Javier Cano, Enrique Martavi y Chari, tantos y tantos que no podría nombraros a todos.

Y a ti, Mariola, debo agradecerte la magnífica presentación que me ha precedido. Sin duda alguna, uno de los momentos que siento no haber podido compartir contigo fue el magnifico Pregón que ofreciste el pasado año. Al leerlo, una lágrima asomó por mi rostro, señal de la maravilla con la que deleitaste a tu público. Espero no decepcionarte con las líneas siguientes. Gracias amiga.



Se acaba la víspera. El fin del largo prólogo cuaresmal que cada año precede al mayor de los milagros llega su término. Recién llegada de tierras del norte no hago más que soltar la maleta para venir a verte, no puedo con la espera y corriendo atravieso nuestro jardín de las delicias, aquel por el que la oscuridad de la noche se hará claridad en la madrugada de silencio negro. Quiero verte ya madre. Son muchas las semanas que paso lejos de tu mirada, de tus manos, de tu presencia siempre eterna, y por fin, hoy, se ha cumplido mi deseo. El trayecto de mi casa a la tuya se hace largo, parece mentira que sólo nos separen cinco minutos. Y llego, y te busco entre todos lo que se han reunido, y allí estás, como siempre, presente entre todos. No hay lugar a dudas. Ya no te encuentro en tu capilla junto a tu hijo, no. Ya ha comenzado el inicio de la tragedia, ya estáis separados. Subida te hallas en tu palio de plata, aún desnudo esperando que te exornen de blancas flores y olores de incienso. Te has colocado el manto largo para que allí quepan todas tus lágrimas, y tus penas. Entre esos varales se encuentra una amargura llena de dolor y de llanto.

Te miro con cierto pudor, pues de reina estás coronada. Estamos condenadas a vernos en la distancia, pero ¡cuánto vale una mirada tuya!, Por ello merece la pena pasar un día encerrada en el autobús con tal de tenerte aquí delante, después de tres meses sin verte. Daría todo por no tener que correr cada Viernes de Dolores para aprovechar tus últimos minutos esos que transcurren de tu capilla al lugar donde esa semana llorarás lo que no has llorado nunca, al lado de tu Hijo, a quien nada ni nadie le puede ayudar, tan sólo nuestra fe en Él, para, eso dará su vida por nosotros.

Me siento sola en unos de tus bancos, converso contigo mientras mis hermanos costaleros te trasladan junto a tu Hijo. ¡Qué maestría! Sigues igual, pero eres más amargura, más soledad. Te cuento mi viaje emocionada por ir a verte, la Cuaresma que nos ha separado sirve para que aún te anhele más. No sabes Madre lo difícil que es vivir sin poder saludarte cada tarde de sábado a la salida de misa o lo que te hecho de menos cuando a comulgar me dirijo y mirando a mi izquierda para ver tu reja, allí no estás. Tu imagen cambia por mi Virgen Grande, de Torrelavega, a quien miro como si delante te tuviera, como si una sevillana se cambiara por montañesa, como si el sur y el norte se fundieran en una mirada, ¡la tuya Virgen María!.

Dentro de dos días se abrirán las puertas de la Jerusalém Celeste para abrir paso a Aquel que todo lo puede en su Humildad. En los corazones de todos está aquella imagen infantil de un pollino entrando de manera triunfal en un bosque de naranjos auspiciado por el sol de mediodía y las palmas de aquellos que deciden buscarte. Todos recordarán la primera vez que te vieron con sus ojos inocentes aún no curtidos por la sombra de la vida. ¿Quién no ha deseado ser sol para acariciar tu rostro ese mediodía de ramos? En tu cara Señor se ve la felicidad que esa misma tarde perderás a causa de aquel ejercito que Roma mandó, creyendo que no era es Rey, cuando la verdad es que los judíos no tenían más rey que tú, al igual que yo.

Solamente dos años he podido ver tu transcurrir por Constantina. Nerviosa me levanto de la cama sin creerme aún que había cambiado Constantina por Santillana, con todo lo que significaba para mí. Todo está preparado para que disfrute de ese día. Salgo de mi casa y de camino a la Iglesia atravieso el Jardín Santo en el que el azul de los cielos tornará en más oscuro de los negros en cuatro días. Subiendo por calle el Peso oigo una corneta y acelero el paso, pues creo que ya ha salido el Padre a la calle. Sin embargo, me percato de que un músico sólo quien está ensayando y afinando su instrumento.

En el fin de la calle percibo los colores propios del Llano del Sol, a los que debo sumar uno nuevo. Veo azules, naranjas, marrones, verdes, y sin embargo, es el blanco el que se adueña de mí. Nunca antes vi esas túnicas por la calle. Son los niños de la Borriquita. ¡Ya sale de la Iglesia el Señor!, oigo que una madre le explica con amor a su hijo. Es ahí cuando me doy cuenta del fervor de los más pequeños a Dios. Su cara se transfigura en nerviosismo y una dulce sonrisa se escapa de sus labios. Me recordó a mi cuando con esa edad me emocionaba al ver a la Virgen del Robledo bajando la rampa de Llano del Sol.


Y aquí comienza todo, donde todo termina. Es Jesús montado en su borrico quien sale acompañado por niños. ¡No hay estampa más enternecedora que esa! Ese es el comienzo de muchos de los Jóvenes que hoy nos encontramos aquí. Es la Borriquita la semilla de nuestra fe y nuestra devoción. A ella debemos acudir cuando nos sintamos lejos de Dios. Con su sola mirada recuperaremos los cimientos que en ella pusimos para afianzar nuestro sentimiento cofrade más íntimo. ¿Quien no sonríe cuando la ve? Lo hago yo, que nunca la vi en las calle, pero que siempre me dirigía en la Iglesia a rezarle un Padrenuestro. Ella es el principio.

Por Jerusalém llega el judío
Que la puerta del Llano atraviesa
Subido en aquel noble pollino
Color blanco en señal de pureza.
Las palmas y ramos de olivo
Te saludan, rey de la tierra
Colman la plaza esos tus hijos
Que un año llevan de espera.
Tu mirada afirma la fe eterna
De quienes dicen ser tus amigos
Jóvenes y mayores te rezan
Igual que si fueran chiquillos.


Por fin oyes los aplausos y los vítores que mujeres y hombres dedican al Señor. Ya ha pasado la puerta de la Parroquia, ya está el Señor en las calles de Constantina. Cristo entra en un Jerusalém de casas blancas y calles empinadas, donde los jardines son más santos que en ningún otro lugar, donde un Robledo anuncia la imponente presencia de María y donde unas yedras nos dejan ver las devociones de nuestros antepasados.

Jerusalém se traslada a la Constantina serrana importando aquellos hebreos que acompañaron a Jesús durante toda su pasión. Esos hebreos que visten hoy con túnicas de un blanco inmaculado, como el corazón de la Virgen Madre, para acompañar a su Divino Hijo entre palmas y olivos.


¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, y el rey de Israel! Exclaman unos y otros cuando Jesús enfila las callejuelas de esa Jerusalém serrana. El sentido etimológico de Hermandad se traduce en sentimiento al entrar en Plaza de la Amargura. Los recuerdos de quienes vivían el inicio de la Semana Santa desde ese lugar afloran añorando las primaveras pasadas que no volverán. Primaveras en blanco y negro que regresan en ese momento añorando la espiritualidad de entonces. Primaveras acompañadas de las monjitas que asomaban por la ventana para despedir a quien dio su vida para la salvación de la Humanidad.

Las recién salidas flores del jardín de la Carretería esperan perfumar tu paso. Poco a poco, el embriagador olor del azahar penetra en los que te aclaman, recordándoles que la Semana Santa ha llegado, que el año de espera ha merecido la pena, que tu sola presencia vale los desvelos de los días previos. Emociona el ver como los ojos de los niños se enjugan de lágrimas porque Tú has venido a verlos, y a ellos, con más necesidad, pues son quienes en un futuro exportarán la fe por todos los rincones, asegurando que la grandeza de Dios seguirá viva en los corazones de sus Hijos. “Dejad que los niños de acerquen a mí” exclamas mientras el aire perfumado de incienso acaricia los pelitos de quien te porta, del bendito burro que te lleva por Constantina, cuya expresión de placidez da cuenta de la felicidad del momento. Dichoso él, quien puede estar tan cerca de ti. Dichoso.


Y dichoso quien en esa tarde puede ser testigo de cómo te despojas de aires de festejo para desnudarte y quedarte simplemente en el alma. Hasta el color cambia en la tarde de Ramos. Nazarenos rojos y blancos se cubren por túnicas inmaculadas, por capas que desean que el aire serrano las hiciera volar, por antifaces sabedores de que van a ser los artífices del anonimato de los rezos y súplicas de los corazones que cubren y capirotes que ayudan a incrementar la sensación de que el Cielo estaba más próximo en Constantina que en ninguna otra parte. Es rojo de dolor, de sangre y de pasión.¿Qué tristeza es la que siente? ¡Bienvenido el llanto de amargura que dejas tras tu paso! En tu cara se refleja la imagen del dolor a sabiendas que estás condenado a muerte por ser el hijo de Dios. ¡Y bendito seas! En el monte Calvario de claveles rojos y lirios morados esperas que caven el hoyo de tu cruz de amor. Eres el mismo, siempre el mismo. Ante ti, los siglos siguen pasando, pero tú no pasas por ello. Son tres centurias en las que sigues siendo Padre de Constantina, en los que mientras estás sentado en tu peña, los años siguen rezándote.

Devoción de muchos y admiración de todos, tu mirada blanquecina da muestra cada Domingo de Ramos de la Semana Santa de Constantina. Tu transcurrir es elegante y sobrio, serio y a la vez, evocador de las emociones que se repiten como nuevas entre tus hermanos. Humildad y Paciencia tan vinculada a nuestro pueblo, que tres tallas de tu advocación han servido para que tus gentes te rezaran.

Eres Humildad y eres Paciencia. Humildad por no alzarte cuando aquellos romanos del César te condenaron, te desnudaron, te azotaron y te coronaron de espinas. Todo una burla al hijo de Dios. Humildad en los corazones de quienes integran tu Hermandad quienes dan todo lo que pueden para verte así cada Domingo de Ramos, para ofrecerte una oración cada día en tu capilla, para darte la luz que no necesitas, por que en ti no hay sombras que te oscurezcan.

Y eres Paciencia Padre. Paciencia mientras esperar que te alcen en la cruz. Y eres paciencia al aguardar tu resurrección. Y eres paciencia cuando ves como sufre la hija de David en su Amargura al ver que te vas. Y paciencia es la que sentía yo cada Domingo de Ramos esperando algún día poder ver tu desnuda espalda vestida de nazarena en los tramos de tu Madre.

Humildad y paciencia señera
De la Constantina siempre eterna
Quien te reza durante siglos
En el monte de los olivos
Cuando esperas tu sentencia
Que declara la tragedia
Salvada por clemencia
De aquel padre divino
Con toda su omnipotencia.


Ese primer día de semana santa para mí no era tan gozoso como para ustedes. Yo me hallaba a mil kilómetros de aquí, imaginando cada minuto desde las cinco de la tarde preguntándole a mi madre cómo eran esos Domingos de Ramos de antaño y cómo ella sentía a su Virgen de la Amargura, a la que no ve desde hace 25 años en su palio. Bueno, la verdad es que esto no es cierto completamente. Hace doce años que la vio por última vez en su palio gracias a la salida extraordinaria de .Mi tío Andrés Manuel en su mandato como Hermano Mayor, a quien nunca le terminaré de agradecer lo que ha hecho por mí, nos envió el boletín correspondiente donde recuerdo y aún conservo el post it que rezaba: “Nos vemos el 26 de julio”. Esa noche, como ya os he contado a alguno, para mí maravillosa, fue la primera vez que yo pude contemplar a la Madre de la Amargura bajo palio por las calles de Constantina. Pese a mi edad aún recuerdo el destape del azulejo de su nueva plaza y el transcurrir de ese trocito de cielo que es su palio por calle Mesones.

Esa fue la primera vez que te vi, y tuve que esperar nueve años, ¡que se dice pronto!, para volver a tenerte delante de mí, alzada en tu palio y saliendo triunfante por la puerta de Llano del Sol. Recuerdo el cariño que todos me dieron esa tarde de 1 de abril cuando envuelta en lágrimas tuve que ser testigo de cómo el cielo quería llorar también la Amargura de María. No había consuelo alguno que pudiera cesar mi tristeza. Todo se agudizó cuando el solo de Reina de Triana salió del alma de uno de los músicos, momento en el que mi primo Andrés y yo nos fundimos en un abrazo que no se me olvidará nunca.

Y es que Madre, por ti se hace cualquier cosa. Somos muchos los jóvenes que como yo, por motivos de estudio o de trabajo tenemos que estar lejos de ti, conformándonos con rezarte delante de una estampa y dejándonos ver en cuanto podemos tras la fría reja que siempre nos separa de ti. ¡Aunque siempre tan cerca!... Un ejemplo de estos jóvenes es nuestro querido Alberto , quien hace apenas unos días encandiló a su público dedicando palabras que sólo pueden salir del corazón de quien ha vivido estas cosas desde que se es pequeño, madurando la fe día tras día, echando una mano a quien lo necesitara sin tener que pedírselo. Eres ejemplo para los jóvenes de tu pueblo, y siéntete orgulloso por ello ¡pregonero!

Y es que da igual lejos que cerca. A ti Amargura te llevo siempre conmigo, y allá donde voy, tú estas siempre. ¿Por qué serás así? ¿Qué es lo que tienes que no te olvido? Es un algo que para mí no lo tiene nadie. Un algo que está en la gracia de tu cara, en lo sutil de tu porte, en el garbo con que te visten con manto y corona tus Camareras, en la finura exquisita del pañuelo que portas en tu mano derecha. Lo mismo importa que te vistan de reina que de hebrea. Eres niña de facciones dulces que endurecen el alma de quien te mira, pues dolor tan grande en tu cara se refleja. Y como dijo aquel, las habrás igual de bellas, pero como tú, ninguna.




Amargura de ramos y estrellas
De lágrima, dolor y llanto
Mujer de mirada tan bella
Que tu pena parece un encanto.

Amargura de Ramos y espera
De palabras hechas quebranto
Mujer de humildad y paciencia plena
Por el mayor de los espantos

Por eso eres tú Amargura
Reina de la Calle Feria
Y entre toda tu dulzura
Se ve tu mirada tan seria.

Llena de gracia y ternura
Eres la niña de Constantina
Con tu hechura tan divina
Que tu palio cae en locura.
Cuando pasas por tu plaza
Y te sirve como espejo
La fachá de la Doctrina
Donde está aquel azulejo.

Y a partir del Domingo de Ramos, en Constantina, se interrumpe la Semana Santa hasta el Jueves Santo, día, en el que para mí, hasta hace tres años, comenzaba mi Semana de Pasión. La protagonista era la Ermita de Jesús, como siempre se la ha llamado en mi casa. Allí se casaron mis abuelos y mis padrinos, y de allí es mi tía la primera mujer en ser hermana de la Esperanza y siguiendo su tradición, mi madre y mi hermana. En esa Hermandad me sentí útil por primera vez en este mundo cofrade. Recuerdo que fue en una Velá de Santa Ana, estando el actual hermano mayor, Eduardo Heras encargado de los Jóvenes de su Hermandad cuando una amiga, que pertenecía la Juventud Cofrade me llamó para que participara con ellos en esa jornada tan importante. Por supuesto que no lo dudé y allí me planté con los demás niños, como una más, dispuesta a hacer lo que pudiera para que todo les saliera bien. Y así fue como me inicié como una joven cofrade en general, sin pertenecer a ningún grupo aún, ayudando a quien hiciera falta para que a Ellos, nuestros titulares, no le faltara de nada. Y resulta curioso que fuera en esta Hermandad y no en la mía donde diera mis primeros pasos, y por eso, he de agradecerles que sembraran en mí la semilla de la ilusión de trabajar por nuestros titulares, dando igual si se apellidan Esperanza o Soledad, si porta una cruz o en ella está enclavado. Lo importante son sus nombres.

Y es esa Hermandad la que exhibe una Cruz al hombro del Señor. Esa cruz, que parte el silencio de la noche, enmudece cada Madrugada de Viernes Santo, cuando la Esperanza por no morir atraviesa el jardín de su abuela Santa Ana. Madrugá en la que sólo se escucha saetas que desgarradoras surcan el aire, saetas que son lamentos que escapan desde una garganta rota de emoción.

Es la noche de las ruán, esparto y cruces. Cruces, cruces y más cruces. Las hileras pareadas de penitentes no se acaban, parece que el pequeño templo nunca se va a quedar vacía. Esos penitentes cargan con su cruz, intentando aliviar el peso que soporta Jesús, convirtiéndose así en anónimos Simón de Cirene. Es la madrugada más negra del año que oscurece hasta a la Parroquia cuando por allí pasa el desfile, donde la única luz que recibe es la del bosque de velas de los pasos, quienes agonizan gastadas del Domingo de Ramos para recibir al Señor de la Cruz. Amargura y Dolores se funden en una sola Esperanza al creer que no todo está consumado.

Esa noche sólo se oye el rachear de ese costalero anónimo, ese orfebre que dibuja con sus pies la pasión de Cristo, cuya cabeza se convierte en cariátide para sostener el dolor de la muerte. Al compás de sus pasos se reza, poniendo la banda sonora que cruza la angosta calle del Marqués en ausencia de palabra. Costalero, sin ti no sería igual, sin ti Dios no tendría en que portar a su Hijo. Arriba se halla el arte emanado de las manos del imaginero y abajo el arte que el capataz imprime en cada uno de vuestros pasos, llevando sobre vuestra cerviz el peso de la gloria de Constantina. ¡Si parece que anda!

Las doce de la madrugada
De la alta torre salieron
Y la cruz de guía alzada
En las manos del crucero
Atraviesa la puerta encalada
Por donde se sube al cielo
De la mano de Santa Ana.

Doce notas de campana
Que amedrentan el silencio
Del jardín de la esperanza
Donde sopla el frió viento
Donde todo está tan quieto
Que siente cuando llama
El capataz al costalero.

Y Santa Ana mientras tanto cuida de su hija, de María de la Esperanza, quien aguarda su salida en esa misma mañana. Ella no esta sola, no. Con ella mantiene la paciencia Juan, el menor de los discípulos, el discípulo amado. Él es el espejo en el que los jóvenes deberíamos reflejarnos. Amigo de Cristo hasta el final, ayudó a su Madre a soliviantar su pena, estando siempre a su lado y sin faltarle nunca.

María de la Esperanza es el primer palio del Viernes Santo. Recuerdo que me despertaba con los sones de corneta que acompañan al Señor, mientras que mi madre se apresuraba a arreglarnos para ir a ver a la Virgen de la Esperanza. Locas de contentas mi hermana y yo corríamos para ver desde el balcón de Llano del Sol el encuentro entre Ella y su Hijo, materializando la Cuarta Estación de Vía Crucis. Resulta paradójico que sea en ese lugar y no en otro, donde deban reencontrarse. En esa plaza, donde días antes reinaba la alegría por la Entrada Triunfante de Cristo, hoy resurge la impaciencia y la incertidumbre por no saber lo que sucedería esa tarde.

El viento no deja que se enciendan las velas del paso de palio. Están intactas e impolutas, asemejándose a un jardín de margaritas níveas, a niños cantores que entonan una partitura de luz a María. Todo es tan perfecto que parece irreal. Esas notas proceden de la banda de música, quien se encarga de la acústica del momento, evocando un jardín de las delicias, recordando que estamos ante la Hermandad de Santa Ana, y que ante ella, no hay jardines que valgan sino el suyo, el jardín del paraíso.

Las lágrimas de la Esperanza
En cera se están recreando
Cuando el verde palio avanza
Mientras Juan la va acompañando.

Las lágrimas de la Esperanza
Por su mejilla están resbalando
y atraviesan como lanzas
Su pecho desconsolado

Las lágrimas de la Esperanza
Pronto se estarán secando
Pues no hay consuelo que valga
A esa Madre llorando

Y esa Madre cambia de apellido. Ya no hay lugar a la Esperanza, solo al Dolor, al Dolor por haber perdido a su Hijo. De la misma manera, Cristo deja de portar la cruz, encontrándose en ella clavado por aquellos verdugos ordenados por Roma. Cristo refleja en la cruz todo el amor que dio por nosotros. Tarde de Viernes Santo en la que, aunque resulte extraño, se conjuga el amor y el dolor en un único sentimiento, en una única expresión. Cristo va a dejar la tierra para reunirse con el Padre, quien le envió para salvarnos, aunque aún, un resquicio de su mirada deja penetrarse por los ojos de su pueblo, permitiendo que se cumpla la despedida antes de su expiración. Cristo se funde en el madero dejando escapar de su cuerpo gotas de sangre y agua que al chocar con el suelo se convierte en un campo de claveles y lirios. Delante de Él, su padre José, titular de la Hermandad obrera, también ha querido acompañarle en estos momentos, convertido en medalla de plata. Él que lo vio nacer en aquel Belén de calles blancas como Constantina también lo verá morir.

Es el Cristo del Amor, de piel morena curtida por la vida. Atrás quedó la Cuaresma en el desierto, olvidada está a su llegada a Jerusalén, su espera, su camino con la cruz a cuestas. La realidad es esta. Jesús está sólo. La torre de Juan de Herrera, al pasar por Carnicería alarga aún más la cruz, alzándola hasta el cielo. Se aúnan en un solo ente.

La noble calle del Marqués
Más estrecha y angosta parece
Cuando Cristo a lo lejos ya viene
En lo alto de mil claveles
Que como gotas de sangre crueles
Le invita a que deje la vida
Y de paso a la inútil muerte.



Que se escondan los balcones
Que se abran las paredes
Que viene con sus hachones
Y atravesar la calle no puede.

Muriendo en cada esquina
Va el señor de los amores
Dejando rostros dolientes
En la gente de Constantina
Que a llorar su muerte viene
Cuando el capataz le detiene.



Un suspiro se le escapa por su boca, cuestionándole a su padre el Por qué de su abandono a la par que implora, cuando por la Puerta del Perdón pasa, que exonere a aquel que le entregó por treinta monedas de plata, a aquellos, que dentro de su ignorancia, salvaron a Barrabás en lugar de a él. Implora perdón para aquel que se lavó las manos y perdón para quienes se burlaron de él en el catafalco de la vergüenza.

Detrás de la estampa, un dulce Virgen esboza una breve sonrisa, o eso es lo que aparenta, intentando esconder el dolor dentro de ese palio de elegancia sublime donde años atrás se rezaban rosarios en una calle Feria bien distinta a la nuestra. Palio de cristal donde siete dolores enmascarados en siete puñales cruzan su corazón y el de todos. Un dolor que cumple la profecía de Simeón, cuando éste anunció que una espada de dolor atravesaría tu alma con la amarga pasión y muerte de su Hijo. Otro dolor más cuando tristemente es testigo y parte del espectáculo crudelísimo de la exaltación, permaneciendo siempre al pie de la cruz mientras escucha a Cristo prometerle el cielo a un ladrón y perdonar a Sus enemigos. "Madre, he ahí a tu hijo.” "Hijo, he ahí a tu Madre."

La Virgen de los Dolores es la Virgen de mi abuela, quien luce su mismo nombre y quien ha padecido el mismo sufrimiento que la Madre Redentora. ¿Qué dura es la pérdida de una hija abuela? ¿Cómo has aguantado tanto? ¿De dónde has sacado las fuerzas para levantarte cada día? Seguro que de tu fe en el Altísimo, de tu devoción por tu Virgen de los Dolores y de Nuestro Padre Jesús, tu Señor. De tu amor a tu hija Mari Fede y a tu hermana y de la pasión por tus nietas y tu yerno Juan Carlos. Toda la vida encargándote con tía Mercedes de arreglar la Capilla del Sagrario de la Parroquia para que sus manteles lucieran planchados como sólo vosotras sabéis hacerlo, para que las flores estuvieran frescas, y para que ni una mota de polvo tuviera la osadía de posarse en un reclinatorio. Por eso abuelas os merecéis que la vida os trate con la mano buena, esa que tan pocas veces ha salido y que por fin, parece que nos está enseñando. Abuela, hoy, viernes de Dolores, me permito la licencia de felicitarte por tu santo tras el atril del Colegio donde estudiaste hace tantos años. Por eso Dolores, FELICIDADES.

Entre el llanto y los dolores
Entre penurias y quebrantos
Va la Virgen perdonando
A todos aquellos hombres
Que por amor van implorando
Que condone sus pecados.

Entre llantos y mantillas
Va la virgen avanzando
Mientras luce en su mejilla
Cuando el sol se va alejando
Una lagrima que brilla
Y que deja a Constantina
Iluminada de por vida.


Entre llantos e ilusiones
Va la Virgen perfumada
Cuando baja por Mesones
A detenerse en la casa
Donde viven los mayores
Guardadores de bonanza
Dentro de sus corazones
Y que expresan en sus caras
Cuando lentamente pasa
Los recuerdos de su infancia
En el palio de Dolores.


Y del dolor al llanto en tan sólo unas horas. Horas para que ese sentimiento de dolor y amargura se convierta en soledad, para que el amor de Dios se manifieste en la muerte de su hijo, para que quedara como ilusión aquella entrada triunfal en Llano del Sol, para que la cruz que portaba quedara relegada a un segundo plano, para que la esperanza sea lo único que quede por esperar con paciencia hasta la Resurrección.

Y es la Soledad la que inunda el alma cuando alguien se va, y en Constantina no podía ser menos. Cristo expira en la calle Carnicería mientras todo está preparándose para su Santo Entierro. Los claveles rojos se cambian por lirios morados que representan la fragilidad de la vida, la cruz ya está desnuda arropada simplemente por el Santo Sudario, y María, esa Madre desconsolada, ha cambiado su corona de realeza por una sencilla diadema, porque ella está de luto, y no hay preseas que valgan para coronar una pena tan grande. Ya es Sábado Santo, ya no hay música en la calle, si no la soledad de tres músicos que acompañan el cortejo fúnebre. A ti María ya no hay piropo que echarte, ya no hay clarín que te rece. Es de nuevo un silencio el que se hace en las calles. Por Barrionuevo no hay lugar a la risa, sino al recogimiento, al luto. La Señora de Diadema está sola y no hay consuelo que valga cuando pasa por la calle Mártires recordando a su hijo.

Soledad franciscana para la antigua Madre del Convento de San Francisco. Para ti va la marcha que ha sonado al inicio, para ti. Por que tú eres la primera Virgen que yo sentí, que yo recé. Soledad de mi anhelos, de mi infancia, cuando la Hermandad de la Amargura se reducía a un Sábado Santo, cuando deseaba que las ocho de la tarde dieran para venir a verte, a acompañarte en este trance que te tocó. Tú eres el principio de mi Hermandad, tu eres la amargura a quien rezaban nuestro abuelos, tu eres la soledad a quien rezo hoy y nunca dejaré de hacerlo.

Encarnada eres en rosa
Del jardín más elegante
Y eres madre venturosa
De quien llevas ahí delante

Soledad desmesurada
Ante la muerte ya presente
Con honda pena y blanca cara
Amortajado va el yacente
Con la cruz ya desnudada
Con la cruz del penitente.

La vida redacta su final
En la Constantina doliente
Donde amargura y soledad
Embarga a toda su gente
Quien espera humilde y paciente
Para verle resucitar.


Jesucristo no está muerto
Atravesando está el Rebollar
Donde un Robledo le abrirá
Las puertas del mismo cielo.




Y al igual que el Sábado Santo culmina la Semana Santa de Constantina, mi pregón pone su broche aquí, acabando igual que empezó. Dando gracias a quienes habéis decido acompañarme en esta tarde tan importante para mí. ¿Quién me iba a decir a mí que yo, una chica que no ha nacido en Constantina, iba a pregonar su Semana Santa bajo el punto de vista de la juventud? Yo, que soy insignificante, una nota más en la partitura de una Hermandad, a la que estaré eternamente agradecida por haberme dado la oportunidad de expresarme, de pregonar una Semana que siento mía en un pueblo al que ya considero mío. Y esa oportunidad se la debo a agradecer a la Junta de Gobierno de mi Hermandad, y a su Hermano Mayor, a ti, Francis, que me apoyaste desde que Andrés Manuel te ofreció mi nombre y tú aceptaste que fuera la pregonera en aquella jornada de Hermandad en el campo de Mari Carmen Arteaga.

Y a ti, Andrés Manuel, mi tío, nuestro antiguo Hermano Mayor, aquel hermano de mi madre en los veranos de Guzmana. De ti aprendí todo lo que puedo saber sobre tu Hermandad, la nuestra. ¿Cuántas tertulias amarguristas habremos aguantado de chicos mi hermana, tu hijo, Manuel Antonio o yo y ahora nuestra sucesora Patricia? Y no nos cansábamos de escucharos, y claro, allí se plantó la semilla que hoy está germinando poco a poco en nosotros, intentando que nuestro Grupo Joven no desmerezca a los anteriores, intentando superarnos cada día. Intentando que el nombre de la Amargura se escuche en todos los sitios.

Grupo que tanto quiero y en donde he reencontrado amigos que ya tenía, como tú María Elena, o que he hecho de nuevas, como mi Mariola querida o su primo Pepe, o Irene, Lourdes, Mari Carmen o Marta. A todo el Grupo ¡Gracias!

Y como olvidarme de quienes me han precedido en la situación, Israel, José Manuel, Sebastián, Mariola y mi entrañable Antonio, Antoñito, que de la mano de José Luis Ortiz se funden en un estandarte de Constantina. Y el pregón toca a su fin.


El pregón toca a su fin
Y los tres que yo más quiero
Aquí no han podido venir
Que se han quedado en mi pueblo
Sin poder venirme a oír
Estos versos dedicados
Especialmente para ellos

Que Santillana sea Constantina
Que Sevilla sea Cantabria
Y la Virgen del Robledo
Que Virgen Grande allí se llama
Vaya y le digan a mi madre
A mi padre y a mi hermana
Y a mi tía que está en el cielo
Que la palabra aquí expresada
Os la dedico por entero.


HE DICHO